Si preguntas a
cualquier entrenador por uno de sus principales problemas, te contesta: “ ¡los
padres!, se creen que su hijo es Messi o Ronaldo, te preguntan que por qué
quitas a su hijo, o no lo sacas más tiempo en los partidos, critican tu trabajo…”.
Y si preguntas a los padres, dicen que los
entrenadores no se implican lo suficiente, que les falta formación, que son mal
ejemplo por los insultos o gritos que dan, que muchos se obsesionan con los
resultados, que les falta comunicación con los padres.
Evidentemente,
estamos ante un problema que sigue temporada tras temporada. Pero yo defiendo
que hay entrenadores y padres que lo
hacen bien, comprometidos y sacrificados, el problema es que se generalizan
conductas y el cerebro tiende a fijarse en lo negativo del día a día, en la
amenaza, porque así está programado.
Para fomentar la
reflexión y mejorar las relaciones entre padres, entrenadores e hijos muestro
las siguientes pautas que cualquier padre podría decirnos desde su experiencia.
Yo, padre de un
jugador:
1-Ayudé a mi hijo a
decidir que deporte quería practicar, aunque me hubiera gustado que practicara otro.
2-Asumí que tenía
unos entrenamientos y unas competiciones
en fines de semana a los que no podía faltar y lo apoyé para que cumpliera con
su compromiso. Nunca lo privé de
compartir los logros o las derrotas junto al resto de sus compañeros, con el
tiempo supe que lo había educado en la responsabilidad.
3-Lo primero que
hice fue conocer el reglamento y me impliqué, pero no hasta el punto de
desautorizar a su entrenador en medio del partido, delante de los jugadores,
poniéndole en ridículo aunque sé que a veces, tenía la razón. Nunca corrí por la banda
diciéndole lo que tenía que hacer. Estas actuaciones provocan tensión en nuestros hijos y malestar en los entrenadores.
4-Eso sí, animé,
apoyé y aplaudí como el que más, las buenas actuaciones, los esfuerzos, la
actitud de mi hijo y la de sus compañeros, a mí también me gustaba que
aplaudieran al mío y nunca promoví la violencia desde las gradas diciendo ¡devuélvele
la patada!, ¡písale los…!, ¡cómo te pille, te…!, ¡a la vuelta…! ni insulté a
los padres de los rivales o a los árbitros. No saqué lo peor de mí en los
partidos. Porque ante todo no quería darle ese ejemplo, ni que mi hijo se
avergonzara de mí.
5-Participé en las
reuniones que convocaba el entrenador o el club, y elegía con tacto el momento
adecuado para realizar una queja, no en
el descanso o al final del partido cuando las emociones me superaban, me daba
mi tiempo y en el siguiente entrenamiento, le pedía poder hablar, entonces ya
no me salía gritar, ni gesticular y el contenido no era acusador. Esto invalida
los argumentos.
Recuerda que tu
hijo/a se educa haciendo deporte, eres su ejemplo a seguir y hay que crear un ambiente de respeto y
cordialidad entre todos.
Yolanda Cuevas Ayneto
Psicóloga
@YolandaCuAy
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